Este es el lema de la School for Poetic Computation.
Una escuela de programación alternativa de Nueva York que abrió sus puertas en 2013 y que lleva dos años cuestionando el sistema de enseñanza tradicional.
¿Y cómo lo hace? El secreto casi siempre es el mismo, no solo en esta escuela, sino en todos los ámbitos de la vida: creatividad.
Porque en la School for Poetic Computation no son importantes los resultados, sino la experimentación. No se trata de acertar, las calificaciones no son relevantes, no existen los objetivos. De lo que se trata es de reflexionar, y la tecnología es solo un medio para pensar el mundo.
El ordenador como medio artístico en una comunidad temporal de personas en la que durante diez semanas la libertad es una asignatura más, donde los alumnos hacen de profesores y los profesores de alumnos y donde impera el código abierto, el pensamiento crítico y la educación transparente.
Además, cada año se selecciona a un alumno que no tenga nada que ver con el campo de la programación y la informática para que aporte a los otros una mirada diferente, una nueva perspectiva y energía que sirva de trampolín para saltar al mundo de las ideas.
La School for Poetic Computation es una fábrica de soñadores en la que los errores no se evitan: se celebran y se comparten. Lo interesante no son las metas, sino el proceso. Como ellos mismos dicen, el objetivo de la escuela no es facilitar un título o crear un portfolio, ya hay otras escuelas para eso. Son un centro para pensadores en búsqueda de una comunidad que les permita alcanzar sueños más grandes.
Se imparten clases de animación, técnicas 3D y visualización de datos, pero también cursos intensivos sobre cómo programar poemas, aprender a aprender, matemáticas para artistas, arte para matemáticos o grupos de lectura sobre el impacto de la inteligencia artificial en la cultura. Y de todo ello los estudiantes desarrollan ideas tan interesantes como Talking: una instalación en la que dos ordenadores, uno frente al otro, dialogan entre ellos mediante cursores parpadeantes. O un cuadro con puntos de colores que en realidad representan el intercambio de mensajes entre alumnos.
Aunque hemos de admitir que nuestro proyecto preferido es una deliciosa y tímida cámara de inseguridad que mira hacia otro lado cuando detecta a un ser humano.
Máquinas con actitudes humanas y humanos que parecen máquinas. ¿Estaremos por fin cerca de ese escenario imposible que Ridley Scott planteaba en Blade Runner a principios de los ochenta?
Los Ángeles, noviembre 2019. No falta tanto.