Existió una época, en el siglo pasado, en que un me gusta era un me gusta.
En que me encanta significaba me encanta y un qué chulo era un qué chulo.
En el siglo XXI un me gusta puede significar un nomegustaperocomoeresmiamigotepongounlike. O un tufotoenInstagramnomeacabadeconvencerperositedigoquemegustaquizástútambiénledesunmegustaalamíaypasede49a50likes.
50 likes, 100 likes, 150 likes. Guerra de cifras dentro de un mundo en el que se prioriza tener 500 amigos a tener simplemente amigos y en el que las personas hemos acabado por convertirnos literalmente en números.
Una sucesión de ceros y unos frente a la cual Facebook anunció a mediados de septiembre la inminente llegada de un no me gusta que no por ser esperado (hacía ya años que se hablaba de él), ha dejado de despertar expectación.
Mark Zuckerberg dijo que su intención no era que el nuevo botón de no me gusta sirviese para cuestionar las publicaciones de los demás en la red social.
Sino que en lugar de eso sirviese para que la gente expresase su empatía y solidaridad con situaciones negativas o momentos tristes. Situaciones en las que, como llevamos tiempo diciendo los mismos usuarios, no tiene ningún sentido poner un me gusta.
De momento, desde hace poco más de dos semanas, Facebook ha optado por implementar en España e Irlanda, a modo de prueba, dos emoticonos de “me entristece” y “me enfada” que se despliegan al pasar el cursor por encima del botón “me gusta”. Si tienen éxito los añadirán en otros países y se convertirán en la alternativa del controvertido y al mismo tiempo deseado “no me gusta”.
Seguramente estos no me gusta serán las emociones más sinceras de la red.