Hace doce días, durante los atentados terroristas de París, Facebook dejó de ser la vecina cotilla preocupada por saber qué haces, qué tienes en mente o quiénes son tus amigos y se ofreció a ayudar.

Un año antes, el 16 de octubre de 2014 Mark Zuckerberg anunciaba en Tokio el lanzamiento de Safety Check para Facebook. Una sencilla y eficaz herramienta pensada en un inicio para ayudar a conectar a las personas con otras personas en casos de desastres naturales, como un terremoto o un tsunami. Ahora, los atentados han sido el detonante para que Zuckerberg o lo que es lo mismo, Facebook, haya decidido no limitar las posibilidades de su nueva aplicación y haya reaccionado rápidamente activando Safety Check y poniéndolo a disposición de sus usuarios en París para que, con un simple clic, sus familiares y amigos sepan que están bien.

Los ataques han vuelto a demostrar lo que todos ya sabemos: que la realidad virtual es tan de verdad como la que se puede tocar. Y, día a día, más relevante que esta última.

Los sucesos de París fueron una tragedia vivida en digital, con gente informando en primera persona de lo que estaba pasando. En la red de vídeo Periscope se oyeron los disparos en directo, en Facebook las víctimas pidieron auxilio y la reacción del mundo entero se produjo en Internet. Incluida la ilustración de la Tour Eiffel formando parte del símbolo de la paz que se ha convertido en icono de la masacre y que no ha salido del departamento gráfico de la redacción de ningún periódico, sino de las manos de un dibujante francés (@jean_jullien) que la colgó directamente en su cuenta de Instagram.

Según Facebook, 4,1 millones de usuarios usaron Safety Check durante los atentados terroristas de París para informar a sus conocidos de que se encontraban a salvo. Y sus notificaciones tuvieron un alcance de 360 millones de usuarios a lo largo del fin de semana.

Lamentablemente, pocos días después, Facebook volvía a calzarse las zapatillas y a ponerse la bata de boatiné. Pero ahora que sabemos que además de ponérsela también sabe quitársela, ya no nos molestará tanto que siga insistiendo en saber -como si le fuera la vida en ello- qué tenemos en mente.