Mucho han cambiado las cosas desde que pensábamos en Miró al contemplar un amarillo rotundo. O en Magritte al ver un determinado azul que nos remitía al cielo.

Ahora los artistas son otros. Y los colores que nos identifican con el mundo también. Amarillo Snapchat, azul Twitter, verde Wallapop.

La ciudad verdadera es hoy la ciudad invisible. La ciudad no física llena de ciudadanos también invisibles que caminan junto a cada uno de nosotros y cuyas voces silenciosas se hacen oír sin ser oídas.

Más de 80 millones de fotos y vídeos compartidos diariamente en Instagram, 41.000 posts en Facebook cada segundo, 500 millones de tuits al día.

Hasta que uno de esos días, a uno de esos ciudadanos invisibles le invade la nostalgia y decide volver a enamorarse de la ciudad física, la ciudad ruidosa, la ciudad sucia. Pero también la ciudad que palpita, la ciudad que abraza. Y en una de las viejas calles del barrio del Raval de Barcelona aparece súbitamente, como un pop-up, un pequeño dibujo. La silueta diminuta de un hombre pilotando un barco de papel.

maria_barcelona_barco_papelPapel de periódico, ese mismo periódico que lucha por no desaparecer frente a sus competidores digitales, enganchado en una persiana de metal.

Un barco en un mar azul.

El azul de las noches estrelladas de Van Gogh.