Hemos oído llamarla “la Patty Smith de los tablaos” y “la diva total”. Al margen de su talento musical, el fenómeno ROSALÍA no puede ser entendido sin su estrategia de marketing.

Primavera Sound, junio de 2017. Hay revuelo en el Auditori del Fòrum, aforo limitado. No importa arrastrar la resaca de los días anteriores, hoy hay que llegar pronto porque actúa Rosalía -aún en minúsculas y acompañada de Raül Refree-. Por aquella época, Rosalía era esa chica que canta como Los Ángeles (2017) y que estaba acercando el flamenco a los modernos. Con una estética más próxima a la de su público festivalero que la que nos vendría a la cabeza al escuchar su voz cantando una copla, ROSALÍA es, además de una cantante extraordinaria, un caso de marketing digno de estudio.

Pese a llevar muchos años cantando flamenco con artistas muy destacados del género, son dos decisiones las que la llevan al estrellato: primero, aliarse con un productor conocido en el circuito indie como es Raül Refree y, segundo, colaborar con uno de los mayores exponentes del trap en España, C. Tangana. Dos cobranding que, aunque beneficiosos para todas las partes implicadas, a ella la lanzan al estrellato, colándose tanto en las listas de reproducción de los hipsters como en la de los 40.

Paralelamente a esto, no cabe duda de que ROSALÍA es todo un fenómeno en redes sociales. Ella sabe que, en estos tiempos en que lo millennial prevalece, no hay éxito real ni duradero si no viene acompañado de una buena campaña en redes. Con más de 900K followers en Instagram, ROSALÍA no ha necesitado ni banners ni bumper ads, su marca tiene tanto engagement que con mostrarse natural y no entrar en polémicas para no dañarla (¿apropiación cultural?), tiene de momento el éxito asegurado.

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Pero ha sido en esta segunda mitad de 2018 en que la artista se ha convertido en un fenómeno global: no solo es la reina de las redes sociales, sino que además ha aparecido en prensa y televisión, en los soundtracks de las series de moda, en las pantallas de Times Square, en los MTV EMA y hasta en la nueva película de Pedro Almodóvar, Dolor y gloria (2019). Ha dejado de lado la guitarra de Refree, se ha enfundado un chándal de diseño (y hasta ha diseñado para Pull & Bear), ha contratado a un grupo de bailarinas espectaculares y ha estrenado su disco frente a 11.000 personas. Por no mencionar su alianza con la productora CANADA -siempre apuesta segura- para grabar unos videoclips que no dejan a nadie indiferente.

Y pensaréis: ¡menuda estrategia de comunicación! Pues sí, susceptible de ser estudiada en clases de marketing, una jugada impecable. ¿Lo peor que le podría pasar? Que de repente descubriéramos que solo nos ha vendido humo. Pues bien, resulta que hace unos días se estrenó su nuevo disco, El mal querer (2018), y ha resultado ser para muchos -me incluyo- un ejemplo de transgresión, innovación y calidad musical. “Una obra maestra”, se ha llegado a decir.

Muchas preguntas nos suscitan estos acontecimientos. ¿Está su arte a la altura de su estrategia publicitaria? ¿Hasta dónde va a llegar el fenómeno ROSALÍA? ¡Tra, tra! Hagan sus apuestas.